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El desarrollo de este blog en la materia “Proyectos de Investigación en Ciencias Naturales” esta destinado a los alumnos de 3er año A Polimodal del Instituto Don Bosco. El mismo es un esfuerzo por contribuir al desarrollo de la capacidad de abordar problemas desde una perspectiva científica, centrando su atención en el manejo de diversos procedimientos, y fundamentalmente, actitudes, sin que ello implique relegar los contenidos conceptuales. Por ultimo, también se pretende crear un espacio de construcción colectiva para el abordaje integral de la asignatura.


martes, 11 de mayo de 2010

La participación popular en los proyectos de investigación y desarrollo


¿Qué características ha de tener el diseño de los proyectos científico-tecnológicos para los países de la región? ¿Puede nuestro país y el resto de los países de América Latina instrumentar un modelo de desarrollo como el de las grandes potencias? ¿Cuál es el papel de la cultura y la educación en la implementación de un proyecto de esta naturaleza? Las respuestas a las dos primeras preguntas, indudablemente, dan lugar a nuevas preguntas cuyas respuestas terminarán por responder a la última pregunta formulada.

Mario Di Bella (Lic. en Filosofía, docente UBA.)

Primera parte

La creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Producción al asumir su mandato la presidenta Cristina Fernández el 10 de diciembre de 2007, es un indicador que señala el norte de los objetivos estratégicos de nuestro país, junto a los países del MERCOSUR y otros países latinoamericanos aliados, con el propósito de disminuir la dependencia con, lo que hoy se ha dado en llamar, la “Red Financiera Global”.

Ahora bien, ¿qué características ha de tener el diseño de los proyectos científico-tecnológicos para los países de la región? ¿Puede nuestro país y el resto de los países de América Latina instrumentar un modelo de desarrollo como el de las grandes potencias? ¿Cuál es el papel de la cultura y la educación en la implementación de un proyecto de esta naturaleza? Las respuestas a las dos primeras preguntas, indudablemente, dan lugar a nuevas preguntas cuyas respuestas terminarán por responder a la última pregunta formulada.

En los años 60 del siglo XX, desde los centros internacionales de poder económico, se nos concebía como países en vías de desarrollo y se nos recomendaba transitar el mismo camino que siguieron los países desarrollados desde los inicios de la primera revolución industrial. Como respuesta a esta concepción, los pensadores latinoamericanos adherentes a las “teorías de la dependencia y el desarrollo” criticaron, por aquel entonces, la metáfora biológica evolutiva del crecimiento. Según ellos, los actuales países de América Latina no pueden repetir, con retardo, la fase evolutiva que han transitado en el pasado los países desarrollados debido a la originalidad de sus procesos históricos. Por ello consideraban que no debíamos seguir las mismas pautas de desarrollo que han seguido ellos. No sólo es imposible, para nuestros países periféricos, seguir ese camino debido a las serias limitaciones políticas, sociales y económicas concretas, producto de una situación estructural internacional que lo impide, sino que existe una cuestión mucho más profunda a tener en cuenta. Amilcar Herrera, en “La creación de tecnología como expresión cultural” y en “Tecnologías científicas y tradicionales en los países en desarrollo” sostiene que, además del reconocimiento de la imposibilidad concreta de seguir el rumbo de los actuales países desarrollados, debemos cuestionarnos los valores éticos básicos que han orientado sus procesos de desarrollo. El cambio de estructuras sociales y económicas de nuestras sociedades dependientes no ha de consistir meramente en una tarea técnica encomendada a los especialistas. Como sociedad, hemos de construir una nueva cultura que incorpore selectivamente los elementos positivos de la denominada globalización, respetando, al mismo tiempo, los valores, metas y aspiraciones de las grandes mayorías oprimidas de nuestros países subdesarrollados.

Desde fines del siglo XIX y hasta, aproximadamente, mediados del siglo XX, en nuestro país y algunos países latinoamericanos, tuvo vigencia un modelo cientificista que retardó considerablemente el desarrollo industrial. Uno de los errores del cientificismo consiste en concebir a la tecnología simplemente como ciencia aplicada, y a la ciencia como un bien intelectual que, supuestamente, elevaría el nivel cultural de la gente. Esta concepción filosófica dio origen a políticas de investigación, implementadas por nuestras capas dirigentes pro-oligárquicas, que generaron un divorcio entre la investigación y el aparato productivo. De modo tal, quedaba a salvo el perfil agro exportador del país, delineado por la “división internacional del trabajo” propuesta por Inglaterra al resto del mundo y aceptada por las oligarquías nativas. Pero la tecnología no es simplemente ciencia aplicada. Juan Carlos Del Bello en “Situación de la ciencia y la tecnología en América Latina”, siguiendo la línea de pensamiento de Jorge Sábato, sostiene que si la tecnología fuera meramente ciencia aplicada, entonces nuestro país, que tuvo históricamente mejor investigación básica que Japón, debería tener un desarrollo tecnológico muy superior al del país oriental. Y, sin embargo, la diferencia entre el desarrollo industrial de ambos países es abismal pero en sentido contrario. Entre las razones que existen para fundamentar que la tecnología no es sólo ciencia aplicada se halla la íntima relación entre la tecnología y el aparato productivo. Esto es incuestionable, pero una incorrecta interpretación de estas palabras puede conducirnos a una postura tecnoeconomicista tan extrema y limitativa como la del cientificismo. Desde esta otra posición se concibe a la tecnología simplemente como un insumo de la producción, exclusivamente como una variable dentro del sistema económico y se deja de lado su aspecto ético, social y cultural. De este modo, se supone que con la importación de tecnologías de los países avanzados desplegando nuestra capacidad de adaptación y manejo de las mismas estaremos en condiciones de competir con los grandes países industriales. Sin embargo, la transferencia de tecnologías desde los países industrializados a los países subdesarrollados, en un contexto asimétrico de dependencia, lejos de facilitar la emancipación de estos últimos, se constituye en un obstáculo para la misma. Aún cuando los gobiernos de nuestros países latinoamericanos tengan algún margen de negociación política en condiciones de cierta mayor dignidad, que en el último cuarto del siglo XX, como sucede en mayor o en menor grado actualmente con nuestro país y varios países amigos del MERCOSUR y del resto del continente, el origen de dichas tecnologías y su transferencia acrítica no garantizan que se constituyan en un aporte significativo para la construcción de una nueva sociedad.

Los teóricos del tecnoeconomicismo reconocen que la tecnología no es ciencia aplicada pero cometen un error, tal vez, tan serio como el del cientificismo: salvo por su relación indisoluble con la economía, la tecnología sería relativamente neutra y universal desde el punto de vista sociocultural. Paradójicamente, sostienen, de una manera simplista, que la dependencia sería ajena a la importación indiscriminada de tecnologías sino que obedece a la aceptación de ideas vigentes en los centros de poder mundial. Esta concepción olvida la dimensión antropológica de la tecnología como forma cultural y se convierte en un obstáculo ideológico para el cambio de nuestras estructuras sociales y económicas.

El hombre común y corriente, actualmente, concibe a la tecnología como algo que evoluciona en forma unidireccional, como la consecuencia “natural” e inevitable del progreso científico. Es decir, para él, la tecnología evoluciona como si tuviera una especie de código genético propio, independiente de la sociedad que la rodea y de los valores de la misma. Se percibe a la tecnología como algo que sucede externamente a los usuarios, como algo en el que no tiene participación. Una de las consecuencias de esta visión de la tecnología, sobre todo en los países desarrollados, es la aparición de una corriente de pensamiento que cuestiona no solamente a la tecnología sino a la ciencia que la predeterminaría linealmente. Ambas serían una especie de demonios malignos, responsables de todos los males de la sociedad actual, olvidando que son productos culturales que se basan esencialmente en los valores éticos de esa sociedad. Este creciente cuestionamiento actual a la ciencia y a la tecnología por sectores cada vez más grandes de la sociedad contemporánea, es, en última instancia, un cuestionamiento a los valores propios de la cultura que les dio origen.

Por eso, es imposible olvidar la íntima relación que existe entre la formación de la sociedad capitalista moderna de los países centrales y la dependencia tecnológica que sufren hoy nuestros países de América Latina. En el mundo moderno, la tecnología se fue convirtiendo en un privilegio de un pequeño grupo de países centrales, y dentro de estos, de organizaciones y empresas capaces de financiar los costos de la investigación. El resto del mundo, prácticamente, no participa del proceso de creación de tecnología. Así pues, los países subdesarrollados al importar tecnologías acríticamente, están importando cultura, debido a que los valores éticos ligados a los artefactos son inseparables de los mismos. Es por esto, además de otras razones, que muchos países del Tercer Mundo, en los años 60 y 70 lograron avances en el terreno político en sus procesos por liberarse de la dependencia económica pero vieron malograda la posibilidad real de construir una nueva sociedad fundada en aquellos valores morales que hacen a su propia identidad. La supuesta “modernización tecnológica” se fue convirtiendo en una manera disimulada de penetración cultural y dominación más efectiva y de menor costo que el recurso de la represión militar imperial. Además, el enorme prestigio de la ciencia impuesto por el pensamiento etnocentrista occidental le permite gozar del consenso de la población ya que sería herejía dudar de lo conveniente de dichas tecnologías que se presentan como universales y predeterminadas por el supuesto desarrollo natural evolutivo del conocimiento científico.

Sin embargo, las soluciones tecnológicas que una sociedad adopta para determinados problemas son sólo algunas de las múltiples soluciones posibles para cada caso. Jorge Sábato en “La ciencia y la tecnología en el desarrollo futuro de América Latina” caracteriza a la innovación tecnológica como la transferencia al proceso productivo de conocimiento propio o ajeno, científico o no científico. Sin embargo, dichas tecnologías se nos presentan como universales, como las únicas posibles porque están basadas en la objetividad del conocimiento científico. De este modo, el monopolio de producción de nuevas tecnologías se convierte en instrumento de dominación que refuerza y acentúa la dependencia en lugar de disminuirla.

La solución para los países en desarrollo como el nuestro, y para el resto de América Latina, consiste en concebir un pensamiento que recupere a la tecnología como parte realmente integrante de la propia cultura y sea representativa de su identidad. El diseño de las estrategias para enfrentar la introducción acrítica de las tecnologías de los países desarrollados, requiere un replanteo profundo de las concepciones tradicionales con las cuales se planificó el desarrollo de los países de América Latina.

En los países centrales, la mayor parte de la producción científica se fue generando, luego de la revolución industrial, directa o indirectamente por las demandas del aparato productivo cuyas características y orientación están condicionadas por los valores y aspiraciones de la sociedad capitalista europea y norteamericana. Se fue sustentando por la acción de sus burguesías que transformaron las sociedades de su tiempo y hoy representan y traducen las aspiraciones de esas sociedades. Es decir, podemos afirmar que no hay un desarrollo lineal, “normal”, de la ciencia única y necesaria. Rolando García en “Ciencia, política y concepción del mundo” sostiene que hubiera bastado una simple asignación diferente de recursos económicos y esfuerzos humanos en áreas de investigación poco exploradas para que las diferentes disciplinas científicas modernas hubieran tomado una dirección totalmente distinta. Ejemplo de lo que estamos diciendo es el formidable desarrollo de la física nuclear durante casi todo el siglo XX incentivado por los miles de millones de dólares invertidos en el área, como consecuencia de la carrera armamentista de las grandes potencias. Así pues, vemos que el carácter de la producción científica y tecnológica de los países desarrollados está condicionado por la demanda que la sociedad ejerce, a través de los resortes de poder, sobre el aparato productivo. Todo lo contrario sucede en nuestros países periféricos. Acá los científicos aparecen tardíamente más como una casta ilustrada que como profesionales que darían respuestas a las necesidades propias. Se dedican a la investigación básica y siguen los temas impuestos por los centros internacionales de poder mundial, que dictaminan qué se investiga y qué no. Los investigadores cientificistas de los países periféricos han aceptado sin crítica alguna esos temas de investigación como la encarnación misma de una ciencia universal que evoluciona libre y ‘naturalmente’ según una dinámica que le sería propia. Este concepto hoy se lo aplica, también equivocadamente, a las tecnologías otorgándoles, de tal modo, un carácter sagrado que no tienen.

En los países desarrollados los tecnólogos trabajan en equipos interdisciplinarios vinculados indisolublemente con la investigación básica. No hay divorcio entre ciencia pura y ciencia aplicada, sino que la ciencia y la tecnología interactúan entre sí. En cambio en nuestros países subdesarrollados los ingenieros históricamente se formaron en universidades donde la investigación científico-tecnológica era escasa o nula. El objetivo siempre fue formar profesionales capaces de conocer y manejar las tecnologías creadas en los países centrales. Muchos de estos ingenieros son enviados al exterior por las empresas para las cuales trabajan para perfeccionarse. Sin embargo, la contribución que pueden aportar a nuestros países es mínima debido a que el objetivo de los cursos que reciben, es meramente el aprendizaje de nuevos procesos de producción. Cuando regresan sólo pueden aplicar las técnicas aprendidas y tienen serias limitaciones para desarrollar un trabajo auténticamente creativo. A diferencia de lo que ocurre en los países desarrollados, en los países periféricos el sistema científico y tecnológico ha venido actuando como receptor pasivo de los productos de la actividad investigativa gestada en los centros de poder mundial. Oscar Varsavsky, ya en los años 60, en “Ciencia, política y cientificismo” nos alertaba de lo peligroso de este tipo de dependencia cultural que pasaba desapercibida por la mayoría de nuestros investigadores debido al enorme prestigio de una supuesta investigación científica universal.

En otro orden de cosas, los productos de estas tecnologías, diseñadas para sociedades de niveles de vida mucho más altos, en los países subdesarrollados sólo llegan a un pequeño sector privilegiado que comparte esos valores y pautas de consumo. Los sectores populares mayoritarios de la población, de nuestros países, casi no tienen acceso a dichas tecnologías y, por la influencia de la penetración cultural, tienden a deslumbrarse ante ellas y concebirlas como el paradigma del progreso. Pero, al mismo tiempo, las perciben como algo inalcanzable y ello motiva frustración por la imposibilidad de que la supuesta modernización ofrezca soluciones viables para su situación social.

Podemos preguntarnos si la superación de la dependencia tecnológica respecto de los centros internacionales de poder es un problema técnico, económico o social, y cuáles son las propuestas viables para su solución. Amilcar Herrera propone recuperar la tecnología como forma de expresión cultural propia. Para ello, no basta actuar solamente sobre el sistema científico. El objetivo fundamental ha de ser revertir la situación actual, haciendo que nuestros profesionales dejen de ser meros receptores y transmisores de tecnologías generadas en los centros de poder para convertirse en la manifestación legítima y dinámica de las aspiraciones y la capacidad creativa de toda la sociedad que debe participar en los procesos de decisión. Este cambio no supone solamente generar los mismo bienes que se producían antes pero mejor distribuidos porque a través de este mecanismo se corre el riesgo de perpetuar los mismos valores de la sociedad que se quiere cambiar. Es necesario reorientar la acción del sistema científico y tecnológico para hacerlo más flexible y más receptivo a las demandas de la sociedad e inducir la participación activa de toda la comunidad en el proceso de generación de soluciones tecnológicas, organizando la investigación sobre la base de sus problemas concretos. La identificación de los problemas debe contar con la participación de los investigadores en un ámbito de consulta de todos los elementos representativos de la sociedad, quienes, en instancias de amplio diálogo y colaboración definirán los fines sociales de la investigación y discutirán cómo concretarlos. Organizar la investigación sobre la base de problemas con la participación comunitaria en la definición de los mismos y sus soluciones y la integración de equipos multidisciplinarios, puede ser un instrumento muy efectivo para lograr una comunicación dinámica entre los sistemas de investigación y el cuerpo social. Esto no siempre será una tarea fácil porque supone superar el aislamiento de tales sistemas y la modificación de estructuras de conducción jerarquizadas y poco flexibles. Uno de los aspectos negativos, heredado del pasado neoliberal reciente, que se debe superar en el diseño de proyectos de investigación y desarrollo, es evitar el llamado centralismo autoritario. Esta es una forma de administrar cuando se quiere desalentar la participación popular, para imponer un orden preestablecido por la jerarquía. Este estilo de conducción limita la creatividad, ignora el pluralismo, niega la diversidad, desprecia la capacidad de las comunidades para autogestionarse. Este, busca la homogeneidad de pensamiento y la verticalidad en la ejecución de tareas. Por el contrario, es necesario religar la ciencia y la tecnología a la práctica social y al discurso político que cuestiona las relaciones de poder existentes en el mundo.

También es fundamental la participación de los destinatarios de las soluciones en la ejecución de la investigación. Los trabajadores fabriles de nuestros países, los campesinos, los pueblos originarios, cuentan con un enorme caudal de experiencia, de conocimientos y de imaginación que pueden ser de gran importancia para diseñar las soluciones tecnológicas apropiadas a las condiciones específicas de los mismos. Esto no significa copiar al pie de la letra las técnicas que ellos usan, sino de extraer las ideas, los enfoques originales que puedan tener, e investigarlos integrándolos con las posibilidades de la ciencia moderna. Además, como muchos de los problemas de los países subdesarrollados no han sido estudiados por los investigadores de los países centrales, por carecer de interés para ellos, esa experiencia de nuestra gente sencilla puede significar un aporte que estimule a investigar en direcciones necesarias y no exploradas todavía. Y, al mismo tiempo, es la manera más efectiva de ir incorporando soluciones tecnológicas que sean representativas de los valores específicos de nuestras culturas.

El prestigio de la tecnología de los países centrales nos hace olvidar que cada tecnología particular es sólo, a partir de un cuerpo de conocimientos, una de las respuestas posibles a una demanda social. Las características esenciales de esta respuesta dependen de la especificidad de la sociedad que la adopta. Un objetivo prioritario de los países periféricos, para buscar y encontrar soluciones propias, ha de ser el saber utilizar críticamente ese enorme caudal de conocimientos y habilidades que subyace en el seno de sus pueblos y que lleva el signo de sus valores éticos y su identidad cultural.

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